"Glengarry Glen Ross: Éxito a cualquier precio"
Año: 1992
Género: Drama
País: Estados Unidos
Formato: Color
Duración: 100 minutos
Título Original: Glengarry Glen Ross
Dirección: James Foley
Producción: Jerry Tokofsky / Stanley R. Zupnik
Guión: David Mamet
Fotografía: Juan Ruiz Anchía
Música: James Newton Howard
Intérpretes:
Jack Lemmon (Shelley Levine)
Al Pacino (Richard 'Ricky' Roma)
Ed Harris (Dave Moss)
Alan Arkin (George Aaronow)
Jonathan Pryce (James Lingk)
Kevin Spacey (John Williamson)
Alec Baldwin (Blake)
Les presento Glengarry Glen Ross, una película que vi siendo muy joven (ruego no hagan cuentas), a la que la publicidad y la fama no le hicieron suficiente justicia. Ignoro los motivos, pues el reparto es inmejorable- (nótese que he escogido cuidadosamente esta palabra), la dirección, impecable, y el guion, firmado por el ex-gurú del gafapastismo David Mamet, y basado en una obra de teatro de cosecha propia, está construido a partir de diálogos brillantes y escenas memorables.
Mi única hipótesis es que, al tratarse de una historia pequeña, ni el estudio, ni la distribución apostaron por ella, y el boca-oreja no funcionó por ser una película que al finalizar dejaba más preguntas que respuestas y, en cierto modo, obligaba al espectador a completar la experiencia, fuera de la sala, mediante debate o su propia reflexión.
Pero vayamos a lo que si funcionó:
Se trata de un retrato del mundo de las ventas que no oculta sus orígenes teatrales: poco más de cinco escenarios, ocho personajes y un único tema a partir del cual se van construyendo los personajes, dejando la trama en algo accesorio o meramente funcional: el éxito; y por contraposición, el fracaso.
El fracaso impregna en todo momento el ambiente de la película, magníficamente recreado por la fotografía de Juan Ruiz Anchía y unos escenarios siempre cerrados, oscuros, gastados, en que todo elemento huele a fracaso y describe un trasfondo intimista, melancólico y crepuscular, habitado por perdedores.
Desde la primera escena (significativas llamadas telefónicas simultaneas de Lemmon y Harris), y a cuentagotas, se nos van mostrando los perfiles de cada uno de los personajes entre los que se cuentan un Lemmon, vendedor de la vieja escuela que languidece, Harris, outsider siempre en negativo, atribuyendo a los demás sus propias carencias (no nos dan buenas fichas ni apoyo; así es imposible vender!), Arkin, gregario y pusilánime, Spacey, el mediocre director de la oficina, burócrata sin autoridad, y Pacino, supuesto triunfador al que, en el fondo, lo único que le diferencia de los demás es su cifra de ventas.
Enseguida se va desarrollando una sutilísima reflexión sobre el reparto de poder que otorga el éxito, que curiosamente tiene su punto álgido al principio de la acción, en los, quizás, cinco minutos más memorables del metraje. Se da con la aparición del pez gordo interpretado por Baldwin, estelar en la mejor interpretación de su carrera. Cinco minutos de intenso monologo, salpicado con interacciones con Lemmon, Harris y Arkin, que, con un discurso intimidatorio y maniqueísta (pero no por ello menos valido), establece las diferencias entre éxito y fracaso, entre el palo y la zanahoria, entre vender y ser prescindible. Quedan de ese discurso no menos de una docena de frases para el recuerdo (recomiendo seguirla con un lápiz y un bloc), entre las que destaco la que mejor resume el speech de Baldwin: “Y usted deje ese café donde estaba. El café es solo para los que venden.” No deben perderse, tampoco, el detalle del coche que aparece aparcado en la calle la primera vez que Lemmon se dispone a entrar en las oficinas.
Finalizada la escena de Baldwin, vemos como lo que él ha puesto de relevancia de modo altisonante, es el día a día en las relaciones entre los vendedores y entre ellos y su jefe. Si vendes eres dios; Si no vendes, nadie. Lo que es explicito en el discurso de Blake, y que todos cuestionan (cuando Blake se ha ido), subyace implícito en su comportamiento cotidiano: Roma, el líder en la pizarra, actúa como si tuviera patente de corso, incluso con el policía. Levine, pasa del conformismo inicial a mendigar a Williamson, para, después de conseguir una buena cifra, mostrarse desafiante y displicente con él, y en la escena final, suplicante, y, ya sin ventas, derrotado y carente de toda fuerza. Williamson, que no vende, es tratado por todos como un mal innecesario, como un obstáculo en su desempeño, un títere en el que descargar su frustración, un cero a la izquierda a quien pisar. En un mundo donde las ventas dan poder, ni la jerarquía ni la capacidad de impartir normativas dan a ese personaje el menor crédito a ojos de los demás. Su incapacidad hace el resto, situándole como el ultimo en el escalafón. Destacar la bien llevada (por un magnifico Spacey) hijoputez de éste personaje, que aprovecha cualquier situación que le confiera un poder exógeno para devolver a los demás, en momentos de debilidad, las humillaciones que recibe (fíjense como se pone detrás de Blake durante el discurso o cómo le explica a Levine porqué no va a sacarle las castañas del fuego al final de la película). Siempre el fuerte maltrata al débil.
Para terminar, algunas de las escenas cumbres de la cinta:
-La última mirada de Levine a Roma. Su conversación anterior, sobre la raza en extinción que son los vendedores, hace que cuando se ve reencarnado en Roma, que ésta al teléfono, vendiendo, se dé cuenta de que está acabado; entonces, desiste y entra al despacho. Esa mirada es una vida que se extingue. Genial Lemmon.
-Aaronow a Roma: “¿Han cogido ya al tío que ha robado en la oficina?” Roma: “ –No… No lo sé”: ¿Realmente Roma no lo sabe? ¿No es la última llamada un intento de evitar trabar conversación con el fracasado Levine, de manera similar a como Levine y él intentaban evitar que Pryce anulara la venta? ¿Lo sabe Levine, teniendo su última mirada otro significado?
- Jonathan Pryce excusándose a Roma: Nuevamente, la relación de poder que otorga el éxito: Roma, aparente triunfador, es descubierto engañando al personaje looser de Pryce. Este, totalmente carente de poder, pues está supeditado a las decisiones de su mujer, lejos de cabrearse, pide disculpas a Roma por no haberse dejado estafar. “por favor, no me sigas” es su ultima y significativa frase.
-Moss y Aaronow planeando el robo: Chispeante dialogo. ¿Tarantiniano? No sería el único. Observar ciertas similitudes con Reservoir dogs, lanzada el mismo año, durante toda la película.
Y para los melómanos: efectiva banda sonora con buen jazz. ¿Stan Getz en los créditos iniciales? Por favor, confirmar.